El mundo editorial se convulsiona también ante la necesidad de adecuarse a un público consumidor que día con día se percibe más demandante y crítico. Entre los restos que la industria editorial ha de enfrentar con mayor rigor se destaca el manejo del lenguaje, el cual es a todas luces la materia prima del trabajo diario del sector.
El público lector no sólo recibe de de nosotros un contenido informativo sino también modos de expresión, los cuales consciente o inconscientemente podrían ser tomados como modelos a seguir.
Los vocablos sufren muchas veces desplazamientos semánticos o sintácticos y la misión de los diccionarios no es condenar esas modificaciones sino simplemente describirlas.
La lengua no es más que un reflejo de nuestra realidad. Mientras exista el afán de imitación, será inevitable la tentación de tomar prestados términos extranjeros. No podemos perder de vista que la variedad lingüística elegida por el hablante constituye uno de los signos más insistentes en su posición social o de su deseo de pertenecer o identificarse con un núcleo socioeconómico.
Es importante considerar que las ciencias, las artes, las diversas ramas del saber requieren la existencia de léxicos especializados para nombrar conceptos específicos. Finalmente, lo que podemos observar es que todas esas manifestaciones de ultracorrección no dejan de mostrar la gran preocupación de los hablantes por convertirse en usuarios competentes de la lengua. ¿Qué podemos hacer, entonces?
En principio, resulta un error fundamental creer que una corporación o los diccionarios o las gramáticas tienen autoridad para legislar sobre la lengua. Nadie ha de decirnos cómo ha de ser la lengua, sino cómo es. La función de esas obras o instituciones es puramente informativa, no prescriptiva.
Los expertos en lingüística dicen que la lengua es un organismo autorregulado, es decir, que el instinto general por preservar el medio de comunicación con los demás promueve los cambios necesarios y, al mismo tiempo, frena las tendencias desintegradotas o expresiones ajenas la molde del idioma.
Es el momento de retomar la gramática como un instrumento practico del idioma, como una espléndida disciplina mental, como un juego de inteligencia. Hay que volver los ojos a la literatura, ya no sólo como una ocasión de placer estético, sino también como una fuente inagotable para nuestro crecimiento intelectual. Ahí encontraremos las verdaderas lecciones que nos permitirán analizar las producciones lingüísticas de los demás con mejores elementos y actuar nosotros mismos con mayor prudencia, flexibilidad y acierto.


This entry was posted on 19:01 and is filed under . You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0 feed. You can leave a response, or trackback from your own site.

0 comentarios: